Olía a tabaco. Normalmente, el simple olor de un cigarro no me disgustaba, pero no era solo uno, sino varios.
Casi todos los hombres de la sala estaba fumando, incluido el Duque, quien había contratado mis servicios como prostituta durante un tiempo. En realidad, no estaba tan mal, voy a fiestas de nobles, como en restaurantes de lujo, voy a todo tipo de eventos que cualquier prostituta no podría.
No aguantaba todo el humo que había en la sala, todo el castillo olía a tabaco.
-Voy fuera.- le dije al Duque.
El se limitó a mirarme y a no decir nada.
Salí al balcón y respiré una bocanada de aire. Fui a la barandilla del gran balcón, y me apoyé en ella. Estaba pensando en como sería mi vida si no fuera lo que era, una prostituta de lujo, un objeto sexual de los hombres cuando querían.
Escuché pasos detrás de mí, pero no me volví a ver quién era, hasta que se apoyó en la barandilla a escasos metros de mí.
-¿Le importa que fume, señora?-
Giré la cabeza para ver quien era. Un hombre, más joven que yo, me miraba esperando una respuesta
Señora... hace mucho tiempo que no me llamaban así.
Le lancé una sonrisa y le dije que no, tímidamente.
-Me llamo Alfredo.- dijo mirando hacia delante.
-¿Y usted?.
-Violeta.
Era una situación extraña, puesto que no conocía a ese caballero de nada. Él me miró y yo a él. Nos quedamos prendados el uno del otro, mirándonos, y un silencio se apoderó de la situación.
El apartó la mirada y miró hacia la luna, que hermosa coronaba el cielo negro.
-Hoy hay una luna preciosa.- me dijo Alfredo.
Estuvimos hablando de cosas nuestras, de ideas, y me pareció un joven encantador. Pensábamos igual... y por primera vez desde que era una prostituta, había tenido una conversación normal e interesante con un hombre.
-Oye, me ha encantado conocerte, hemos tenido una conversación interesante y me ha gustado mucho hablar contigo.- me dijo Alfredo.
-A mí también me ha gustado mucho conocerte.- le dije.
-Me tengo que marchar, nos vemos pronto.- dijo Alfredo.
Yo me quedé unos minutos más en el balcón, sola, pensando en aquel caballero y de todo lo que habíamos hablado, era mi hombre perfecto.
Me acordé del Duque. Había pasado bastante rato desde que le dije que iba a salir al balcón.
Suspiré, me llevé las manos a la cabeza para arreglarme el pelo y me dirigí hacia la puerta para entrar en la sala otra vez.
Visualicé a los hombres de la sala. El Duque no se encontraba entre ellos.
-¿Sabes donde está, Alberto, el Duque?- le pregunté a un sirviente que pasaba a mi lado.
-El Duque se fue, hará un rato.- me dijo mientras desaparecía con una bandeja de plata en las manos, entre la muchedumbre.
¡Gracias!.- le grité.
Pensé en ir a la puerta por si lo encontraba por allí, montándose en su coche de caballos para marcharse a su casa.
El castillo estaba abarrotado de gente, había nobles y ricos mirara por donde mirara.
-La fiesta está siendo un éxito.-Susurre.
Mientras recorría los largos pasillos y atravesaba las inmensas habitaciones del castillo seguía oliendo a áspero tabaco.
Cuando salí fuera, en la puerta no había nadie, el Duque se había marchado y me había dejado sola como de costumbre. Siempre me dejaba sola en fiestas importantes y se iba con los demás nobles, bueno, siempre a no ser que necesitara mis servicios, claro.
Estaba pensando en coger un coche de caballos que me llevara a mi casa...
-¿Necesitas que te lleve?- me gritó alguien desde un coche de caballos, que se paró justo delante mía.
Era Alfredo.
-No, es igual, ya cojo un coche y...
No me dejó acabar.
-Vamos, si me coge de camino.- me dijo Alfredo.
Le sonreí y acepté su invitación.
Alfredo me propuso tomar un té una tarde, yo acepté con la condición de que lo tomáramos en mi casa.
Estuvimos todo el tiempo hablando de nuestras cosas hasta que llegamos a mi casa.
-Es aquí.- le dije.
-¿Te parece bien que venga mañana a tomar el té?.- me dijo sonriendo.- Lo tomaría ahora, pero creo que es demasiado tarde.- bromeó Alfredo.
Le sonreí.- Está bien, mañana al medio día, te espero.- le dije.
Alfredo me besó la mano y se fue. Entré en mi casa y no tardé en acostarme.
Pero no podía dormir.
Pensaba en Alfredo, en todas las conversaciones que habíamos tenido, en las cosas en común que teníamos y en el mal que me hacía no contarle a qué me dedicaba. Tenía que contárselo. Lo haría cuando viniera a tomar el té, estaba decidida.
Me levanté tarde, debido a que me acosté tarde, pensando en como le contaría a Alfredo mi profesión.
Así que almorcé y fui a asearme y a vestirme, pues pronto llegaría Alfredo.
Llegó Alfredo, y yo estaba muy nerviosa, se me entrecortaba la respiración, pero conseguí reunir fuerzas y se lo conté todo.
Quedó sorprendido, en su mirada se podía ver la tristeza que sentía.
Me dijo que tenía que pensar y se fue.
Yo no podía contener las lágrimas y durante tres días no supe nada de él...
Estaban llamando a la puerta. Fui a abrir y era Alfredo.
-Hola...- me dijo.
Yo sin contestarle, le invité a pasar dentro.
Él me contó que estaba dispuesto a seguir conmigo, si lo dejaba. Si dejaba el trabajo y nos íbamos de la ciudad, me dijo que me amaba, y yo a él.
-Sí, estoy dispuesta, porque te amo.- le dije.
Días después nos mudamos a una casa en el campo que tenía Alfredo. Durante meses vivimos muy felices. Todo era de color de rosa. Y no me arrepentía de haber dejado mi lujosa vida, porque le amaba.
Él era lo que yo quería.
Un día Alfredo tubo que ir a la ciudad, a arreglar unos papeles, y yo me quedé sola en la casa. Me disponía a hacer la comida cuando escuché pasos de caballos fuera. Me asomé a la ventana levantando un poco la cortina, y vi un coche de caballos muy lujoso. De él salió un hombre ya mayor, vestido con unos ropajes muy elegantes. Llamó a la puerta y yo le abrí.
Ese hombre era el padre de Alfredo, que de rodillas me pidió que dejara a su hijo. Yo empecé a llorar. Me dijo que todos hablaban de nuestra relación, y Alfredo estaba perdiendo su reputación como noble. Yo con mucha pena decidí dejar a Alfredo por su bien.
Ya era por la tarde y llegó Alfredo.
Le pedí que me besara como si fuera la última vez. Y el lo hizo.
Esa misma noche, me fui sin decirle nada, volvía a mi antigua vida, ya nunca lo volvería a ver.
Había pasado mucho tiempo desde lo mío con Alfredo.
Estaba en una fiesta, con un Conde, Marcelo, quien había contratado mis servicios, bueno, más bien estaba esperando a que saliera de una partida de cartas. Cuando se abrían las puertas de la sala donde estaban jugando la partida, quedé sorprendida. Alfredo salió hablando con más hombre.
Me humilló en público y el dinero que había ganado en la partida, me lo tiró a la cara. Yo empecé a ver todo borroso y me desmayé.
Cuando me levanté, estaba en mi casa tumbada en una cama, mi sirvienta me dijo que estaba gravemente enferma y que me moría.
Un día después de tanto tiempo apareció Alfredo, ese día me encontraba muy mal y muy cansada.
Me alegré mucho al verlo...
Pero volví a ver todo borroso y me volví a quedar dormida... pero esta vez nunca desperté.
FIN